Al-Mutamid, el rey poeta y guerrero

Tras la desaparición del Califato de Córdoba y la desmembración del Estado Omeya en un mosaico de taifas independientes, todas ellas quisieron, en lo político y en lo cultural, emular los tiempos del califa Abderramán III. Pero uno de los reinos musulmanes destacó en este sentido por encima del resto: la corte sevillana de los abadíes.
El tercero de sus monarcas, Al-Mutamid se convirtió en un mito, no solo por conseguir la increíble expansión de sus dominios, desde el Algarve hasta Murcia, sino por convertir su corte en foco de intelectuales y artistas que llegaron a tener cargos de responsabilidad. El propio Al Mutamid cultivaría la poesía —fue discípulo del cordobés Ibn Zaydun— a la par que la espada y la contienda.
Al Mutamid llevaba la espada y la pluma en la sangre. Su padre, conocido como Al-Mutadid, quien hizo territorialmente fuerte al reino,   fue además de un «guerrero sanguinario y colérico» pero también un hombre que mostraba una especial sensibilidad por la poesía. «Se mostró protector y promotor de literatos, especialmente de poetas, cultivando él mismo este género, al igual que había hecho su padre, el cadí. Durante su reinado la poesía logró un alto grado de exquisitez, que llegó a la cumbre en la corte de su hijo; quien instituyó, incluso, una casa dedicada a la poesía y a los poetas».
Pero el verdadero culmen se logró bajo el reinado de Al- Mutamid. Se dice de el que era un «hombre candoroso, noble, cultivado y erudito, excelente poeta, espléndido mecenas, protector de las ciencias y de las letras». Aunque la vida del rey, que habitó el Real Alcázar de Sevilla, fue terriblemente trágica. Le tocó vivir un periodo de largas convulsiones políticas y bélicas que derivó en la muerte de algunos de sus hijos, cuyos asesinatos llegó a presenciar.
Durante dos décadas Al Mutamid fue el más poderoso de los reyes de taifa, pero no dejó de pagar las parias (tributo anual) que su padre había empezado a entregar religiosamente a Alfonso VI. «Esas parias, que el rey de Sevilla libraba, se fueron haciendo cada vez más costosas y difíciles de satisfacer y, acosado por esa carga económica y por las acometidas militares cristianas, Al Mutamid fue uno de los monarcas andalusíes que solicitó el auxilio de los almorávides».
El libro «Al Mutamid y los abadíes. El esplendor del reino de Sevilla (siglo XI)» de Pilar Lirola, editado por la Fundación Ibn Tufayl de estudios árabes y el Instituto de Cultura y Artes de Sevilla (ICAS), del Ayuntamiento de Sevilla, profundiza sobre la figura de Al-Mutamid y es mas que recomendable para conocer al personaje y las circunstancias de su tiempo.
La llegada de los almorávides desde el norte de África cambió el tablero hispano. Frenaron a los cristianos, pero también se quedaron en los territorios que fueron a liberar, acabando por anexionarse toda Al Ándalus. El final de Al Mutamid es triste: encadenado junto a su familia, tuvo que embarcar en el Guadalquivir, camino del destierro en Africa. Con su esposa Rummaykiya andrajosa, su hija vendida como esclava y sus familiares en la calle, Al-Mutamid escribió sus mejores poemas al tiempo ido, a la belleza gozada y perdida, a sus cadenas y a los cuervos de Agmat, donde murió prisionero. Tenía 55 años. Entonces, comenzó la leyenda, como la que os relato a continuación:
Se cuenta que un dia paseando un día a orillas del Guadalquivir con un amigo Ben Ammar, , jugaban a completar poemas, entretenimiento inconcebiblemente popular en la sociedad andalusí de la época. Al levantarse una ligera brisa sobre el río, dijo Al-Mutamid: «El viento teje lorigas en las aguas».

Esperaba la respuesta de su compañero, cuando ambos oyeron:

«¡Qué coraza si se helaran!».

Era una voz oculta en los juncos. Tras ellos descubrieron a una joven bellísima llamada Rummaykiya, que resultó ser esclava de un arriero. Mutamid la llamó a palacio, enloqueció de amor y la hizo su esposa, tomando el nombre de Itimad.

La moneda que ilustra esta entrada pertenece a la colección de «turbokit», a quién desde aquí queremos agradecer la cesión desinteresada de estas fotos. 
Se trata de un dinar de oro del citado rey con la mención aben Faryûn, del año 463 H. Pesa 3,91 grs. y mide 27 mm. En el anverso (parte central): No hay Dios sino Dios/Mahoma el enviado de Dios/Sira^y al Daula/aben Faryûn. En (orla): En el nombre de Dios fue acuñado este dinar en Madina Qurtuba año 3 y 60 y (400).  En el reverso (parte central): al-Mutamid ala-allah/El imam Abd-Allah/Emir de los creyentes/al-Muayad bi- Nasar Allah. En (orla): misión profética incompleta.
Más sobre Al-Mutamid, biografía y leyendas atribuidas a este rey, aquí.

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